Una revolución educativa.


El electorado de Bolsonaro se compone en no poca parte de un conservadorismo popular altamente posicionado en temas que van desde geopolítica hasta educación. Para este segmento, Brasil ya invierte mucho en educación, el 6 % del PIB, mucho más que varios países desarrollados. 





“Hegemonía" no significa que todos, a sabiendas, siguen tus ideas. Significa que, incluso contra ellas, no pueden dejar de seguirlas. Jústamente, la revolución conservadora afirma que el problema de la educación no es la falta de recursos, sino la falta de gestión y, sobre todo, la educación convertida en una máquina de imbecilización (disonacia cognitiva, neurosis, sociopatía, currículum del malestar) por la hegemonía escolar de izquierdas. De común, los conservadores proponen, como marco de soluciones, el homeschooling y la privatización de la escolaridad, con una asistencia estatal basada en cupones (vouchers) para quien no pueda costearlo. De fondo, hay la idea de que dos son las maneras de democratizar las oportunidades: ayudar a todo el mundo a ser más inteligente, o boicoter a los inteligentes para que los imbecilizados no queden atrás. El Brasil que estos votantes de Bolsonaro quieren superar, es el que hizo su elección durante décadas por la uniformización educativa.

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