IZQUIERDISTAS CHIC: AYER Y SIEMPRE

¿Dónde están los Black Blocs?
¿Dónde fueron a parar los Black Blocs?
- Sérgio Mamberti, actor, izquierdista y muy chic



Ya van casi cincuenta años desde que Tom Wolfe nos presentó - "Mmmmmmmmmmmmmmmm. ¡Qué delicia!"- aquellas interesantísimas bellotas de queso roquefort envueltas en masa de nueces. Servidas como hors d'ovre en el salón de un dúplex de trece habitaciones en Park Avenue, en Manhattan, los sutiles tirantes se destacan en el sabroso banquete de ironías que Wolfe, fundador del "nuevo periodismo" americano, nos ofrece en el célebre reportaje de la revista New York publicado a mediados de los años 1970, donde se encuentra la inmortal definición del tipo social por él llamado "Izquierda Chic": el miembro de las clases acomodadas que, para aliviar su culpa de clase, pasa a adular románticamente a extremistas y revolucionarios políticos de toda especie.

El reportaje, cuyo título original es "Radical Chique: aquella fiesta en la casa del Lenny", se basaba en el testimonio personal de Wolfe sobre el convite ofrecido por el maestro Leonard Bernstein (el Lenny del título) y su esposa Felicia a gente fina de Nueva York, a fin de recaudar fondos para la causa de los Panteras Negras, la conocida ala radical del movimiento negro americano en los años 1960, doctrinariamente maoísta - y en franca oposición a la línea adoptada por Martin Luther King Jr. y otros exponentes del movimiento por los derechos civiles- expresamente pro-violencia. En la condición de invitados de honor, líderes de los Panteras Negras estuvieron presentes, provocando estremecimiento en los escotes de las izquierdistas chic, que, saltando y risueñas, los rodeaban como mariposas alrededor de una lámpara. "Yo nunca estuve frente a frente con un Pantera. Es mi primero", dijo, dando palmas de éxtasis, una de las socialites invitadas.

Estaban allí, delante de los deslumbrados ricachones y bien pensantes neoyorkinos, miembros de una organización que, hoy se sabe, combinaba sin escrúpulos el crimen y la política, el discurso contra el “sistema” y una práctica que incluía gangsterismo, tráfico de drogas, robo y asesinato. “El mejor golpe fue el marxismo” confesó cierta vez George Jackson, mix de delincuente y activista, ex miembro de los Panteras Negras y fundador de la Guerrilla Negra, conocida banda americana.    
Entre un canapé y otro, los Panteras sabían bien con quienes estaban lidiando, e invirtieron en el romanticismo patético de la elite progresista blanca, abusando de las jerarquías y manierismos típicos ("Right on", "You know", "See?", etc.) y de la retórica belicista que tanto encantaban al público.

El acontecimiento en el dúplex de los Bernstein, exhibido en toda su pornografía desnuda en la revista New Yorker, es un microcosmos en el que se vislumbra, de manera paradigmática, toda la condescendencia, la alienación y la arrogancia de la izquierda caviar. ¿Quién servía los canapés y las bebidas? - he aquí el primer problema, de orden logístico, ironizado por Wolfe. Los sirvientes no podían ser negros, obvio. No sería de buen tono. La solución improvisada por los anfitriones fue simple y genial: ya que no podían dispensar a los sirvientes (al final, tener quien los sirva es, en las palabras de Wolfe, una necesidad psicológica de los izquierdistas chic), dieron franco a los negros y contrataron blancos de origen sudamericano -muy bien recomendados por amigos y conocidos.

Otro dilema que tenía que ser resuelto por los radicales chic era la cuestión de la violencia. Adecuados y cultores de la ideología del amor libre, comprendían perfectamente, sin embargo, la exasperación de los negros americanos, oprimidos y sin alternativas, ante un sistema injusto. Conciliaban la necesidad de acciones violentas, pero necesitaban saber exactamente su extensión y alcance. En aquella noche agradable y excitante en la casa de los Bernstein, muchas de las conversaciones giraron en torno a la cuestión: ¿todos los blancos serían "blanco", incluso ellos mismos, aunque simpatizantes y patrocinadores de la causa? ¿No habría alguna manera de vivir en armonía con sus amigos Panteras? Y, ante el discurso intransigente del activista negro frente a ellos, que apuntaba a la absoluta necesidad de una guerra total contra el sistema blanco opresor, la gente fina buscaba mimetizar la revuelta, tal vez en la esperanza vana de, mediante una adhesión a aquel odio político purificador, conseguir esquivar sus efectos. Si ocurriera una guerra total y definitiva entre los justos y los injustos, querían bandearse al lado de los vencedores.

En ese espíritu, preguntó el maestro Bernstein a uno de los Panteras: "Cuando usted entra en ese edificio, en este apartamento, y ve todo eso - y por eso él quería abarcar la decoración lujosa, los cuadros, los muebles, los sirvientes, las bebidas elegantes y, no sin una pizca de vergonzoso orgullo, las bellotas de Roquefort envueltas en pasta de nueces - ¿usted no se enfurece?" Y, ante la negativa del interlocutor, que decía ya haberse acostumbrado a toda aquella desigualdad, el maestro no se hizo rogar: "Entonces yo me quedo". Acto seguido, como para justificarse, el enmendó: "Es una situación paradójica: tener este apartamento hizo esta reunión posible, pero si el primero no existiera, la segunda no sería necesaria, y todavía así... Bueno, es una situación paradojal." Alzando la voz por encima del diálogo, ya ungido por efusiones alcohólicas y sin paciencia para paradojas, bramó un ricacho desde el barra: “¡Todo el poder al pueblo!”. En el salón contiguo, una dama exuberante, con risa nerviosa y semblante confuso, comentó con la amiga al lado sobre el Pantera que acababa de discursear: “Qué hombre magnífico. Pero debería parar con eso de incendiar edificios. A ver si algún campesino ignorante piensa que está hablando en serio." Ah, los Radicales Chic ... Nada para ellos es serio, nada tiene consecuencias. es un gran divertissement cuyos efectos se encierran en las fronteras de sus mansiones festivas, barridos y recogidos por los sirvientes, junto con los puntas de cigarrillo y los restos de comida.

Recordé el relato de Wolfe al topar con la reciente noticia (VER ) de la condena en primera instancia de los 23 Black Blocs, responsables de una serie de actos de vandalismo en las manifestaciones de 2013. Hoy muchos olvidaron por qué la muerte del camarógrafo Santiago Andrade acabó arruinando la imagen de los vándalos, pero, tan pronto como surgieron en escena, los Black Blocs fueron recibidos con entusiasmo por mucha gente dentro de nuestro medio artístico, intelectual y periodístico. En ambientes que en todo recuerdan la fiesta en el dúplex de los Bernstein, fueron mimados y públicamente apoyados por artistas como Caetano Veloso, Chico Buarque, Tico Santa Cruz y Marcelo D2. Ante la foto de un Caetano trajeado de Black Bloc, Paula Lavigne, su ex mujer y aún empresaria, exultó: "Dios mío. ¡papito!". El diputado Marcelo Freixo, del PSOL, también aplaudió: "¡Sensacional! ¡Cuánto orgullo!". Los actores globales grabaron vídeos convocando manifestaciones de apoyo a los enmascarados, a las que, sin embargo, no acompañaron (porque en la jerarquía de los sentimientos de los Radicales Chic, el miedo a quedar pegados con la policía suele ser siempre un poquito mayor que el ímpetu revolucionario). El vetusto sociólogo marxista Chico de Oliveira se animó: "Vamos a ver si, con ellos, sacudimos a esta sociedad conformista". En la tribuna del Senado, el senador petista Eduardo Suplicy leyó un manifiesto Black Bloc. Y el padre Júlio Lancelloti bendijo el movimiento: "Ellos destruyen los símbolos del poder. Es necesario agitar. Jesús estaba del lado Black Bloc.”

Hoy, por supuesto, los Black Blocs están solos. Fueron abandonados por casi todos los izquierdistas chic que antes los adulaban. Es, además, una característica primordial del radicalismo chic: el arte de elegir como mascotas revolucionarios, terroristas y bandidos, figuras cuya distancia social (a la que, además, se atribuye un sabor de exotismo) sea suficiente para una retirada estratégica, así como en un Safari. Ofrecer un poco de alpiste a las aves, algunos cebos de carne cruda a los leones, o bellotas de Roquefort a los Panteras, es una experiencia excitante y agradable, pero nadie quiere que los bichos avancen con todo sobre la comida. Es necesario mantener un intervalo adecuado entre la revolución y el peligro. Para el Radical Chic, la arena de la revolución no es la plaza pública, sino el dúplex de lujo. Como ya decía nuestro Nélson Rodrigues sobre esta diversión: "Nuestras izquierdas no tienen ninguna vocación de riesgo. Y poseen la vocación inversa de la seguridad. Todavía ayer, hablaba yo de la sabia distancia que va de Antonio's a Vietnam. Ahí está dicho todo. Y, así, sin retroceder un paso de Antonio's, y bebiendo cerveza en lata, las izquierdas no morirán jamás".

FLAVIO GORDON, antropólogo, UFRJ, PhD.

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