La razón dentro de la tradición

Restan siete nombramientos para alcanzar los dieciocho ministros que quiere el nuevo Presidente de Brasil. En el sentido que sigue nuestro estudio, es posible identificar al menos dos tendencias en el equipo gubernamental con once ministros confirmados. Una más bien tecnológica es la conformada por los ministros de Economía comandados por Paulo Guedes, Seguridad Institucional (general Augusto Heleno), Defensa (general Fernando Azevedo y Silva) y vicepresidencia (general Hamilton Mourao). La otra, más técnica (Fabrice Hadjad, Dernières nouvelles de l'homme -et de la femme aussi- Tallandier, 2017), es la de Ernesto Araújo y Eduardo Bolsonaro, Ministro de Relaciones Exteriores y líder de la bancada parlamentaria del PSL respectivamente. La primera es de formación neopositivista y liberal (militares y economía política). La del canciller y el joven diputado se funda en una comprensión metafísica de los problemas brasileños (y mundiales).

Cuando se trata de tendencias, corrientes o líneas internas, los Medios –que a ambos lados del Río de la Plata todavía moldean la opinión pública- ven apenas conspiraciones, lo que es propio de sociedades de la sospecha (Alain Peyrefitte, La sociedad de la confianza. Ensayo sobre los orígenes y la naturaleza del desarrollo. Ed. Andrés Bello. Barcelona, 1996.). Pero a no confundirse, no hablamos de bloques (al menos no por ahora). Las tendencias existentes en el nuevo gobierno brasileño no serían consecuencia del ejercicio del poder sino su precondición, que puede entenderse mediante lo que llamaremos “tesis Meyer”.  

Para el politólogo estadounidense Frank S. Meyer (In defense of freedom: a conservative
credo, 1962; What is Conservatism?, 1960; y The Conservative mainstream, 1968)  en el siglo XIX se produjo una bifurcación de la civilización occidental. Se separaron la virtud y el orden predicados por la tradición judeocristiana, de la libertad impulsada desde Locke & Co. por los liberales. Con la primera quedó la derecha tradicional y con la segunda los liberales clásicos. Frente a la amenaza comunista, durante los 50 y 60 del siglo XX, estas tradiciones se reunieron en lo que el cientista político de Woodstock llamó “alianza conservadora”. Pero la unión programática entre tradicionalistas y liberales, algo así como el correlato político de una hipotética unificación entre la Iglesia Católica y las denominaciones evangelistas, se produjo solamente en los EEUU y culminó con la llegada a la Casa Blanca del Presidente Ronald Reagan. En el resto del mundo los tradicionalistas y los liberales clásicos continuaron polarizados, cuando no orbitando a los socialismos.

En Brasil, siguiendo esta línea de razonamiento, la campaña presidencial de Jair Bolsonaro habría conseguido articular una nueva “alianza conservadora”, en la cresta de una revolución que allanó egos, mezquindades y esquematismos provincianos. Sin embargo no fue el espanto frente al viejo comunismo de la segunda posguerra el factor aglutinante popular, sino el globalismo. En efecto, rotos los diques de la Guerra Fría, esta “globalización económica pilotada por el marxismo cultural”, como define al globalismo Ernesto Araújo recientemente nombrado Canciller de la República Federativa, generò en América Latina la experiencia disociativa del mayor sistema de corrupción de la historia.

Por lo visto, resulta casi imposible entenderlo para los políticos rioplatenses, en general, y en particular para unos gobiernos acomodados a la agenda globalista de ingeniería social –“salud” reproductiva, educación de género, lenguaje inclusivo, etc- opuesta en todo a la del nuevo Planalto.

Sería bueno, para ellos que manifiestan ansiar unas contrariedades que obliguen al Brasil sino a la política diversitaria, por lo menos al gradualismo ralentizador, advertir que las divergencias internas del nuevo gobierno brasileño, cuando ocurran, obedecerán a un orden diferente al que conoce, por caso, la clase política argentina: antes que a vanidades personales –lo que es humano-, a intereses corporativos –lo que es político-, o a la dinámica emocional –lo que es de narrativa popular--, a visiones del mundo diversas pero contrarias a la planificación gubernamental de la vida humana.


Todo indica que el vecino país juega ya otro juego, y que muestra sus cartas. Será la característica de un gobierno cuya campaña presidencial en todo momento rezó: la verdad os hará libres (Juan 8:31-38)  

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