Objetos voladores no ideológicos

La cultura postmoderna en que vivimos padece de un terrible literalismo. Muchas personas van perdiendo la capacidad de comprender el símbolo o la metáfora, la ironía o la broma, no logran transitar entre diferentes niveles de discurso, no perciben las figuras de lenguaje, consecuentemente no disciernen el sentido del humor ni descifran el pensamiento sugestivo. Se vuelven incapaces de raciocinio abstracto, basado en conceptos o en universales: se limitan a los particulares, a la repetición tautológica de casos específicos. Creen que toda elocución es descriptiva, no distinguen la función evocativa del habla. 

Así pues, si hago una referencia a la historia de la cigarra y de la hormiga, mañana algún periódico dirá que creo en insectos parlantes. 

En semejante contexto, quiero dejar claro lo siguiente: no creo en platos voladores, ni dejo de creer. 

El uso de la expresión "creer" con relación a la existencia o inexistencia de civilizaciones extraterrestres y sus aparatos parece inadecuado. Parece perfectamente plausible que existan tales civilizaciones y sean capaces de viajes interestelares --y una hipótesis plausible no es, a rigor, materia de creencia. Se trata, en el caso, de una proposición verificable, y jamás falsable, según la epistemología de Karl Popper, o sea: es posible comprobar empíricamente que los platos voladores existen, basta que un día uno de ellos aparezca a la luz del día y todo el mundo lo vea, pero es imposible comprobar empíricamente que los platos voladores no existen, pues tendríamos que barrer todo el universo en su búsqueda hasta concluir su inexistencia, tarea irrealizable 

Podemos decir algo similar de otras entidades, por ejemplo: cuervos blancos. Es plausible que haya cuervos blancos, pues no hay ninguna imposibilidad intrínseca en su existencia, incluso si nunca nadie los vio. Los cuervos blancos en esto difieren, por ejemplo, de los marxistas intelectualmente honestos. La existencia de un marxista intelectualmente honesto no es plausible, pues hay una contradicción intrínseca entre la disciplina intelectual marxista, que nace en la mentira y obliga a sus practicantes a mentir incluso a sí mismos todo el tiempo, y la honestidad intelectual. De este modo, la proposición "existen marxistas intelectualmente honestos" difiere de las proposiciones "existen platos voladores" o "existen cuervos blancos". Ella no es ni verificable ni falsable, ella es sólo lógicamente insostenible, como sería la proposición "hay luz oscura". 

Quien dice "creo en tal cosa" está abriendo un canal para la búsqueda de significado más allá o fuera del terreno de la lógica y de la epistemología. El hecho de tratar los platos voladores como materia de creencia, y no de verificabilidad empírica, es muy revelador del vacío espiritual contemporáneo. En una civilización que prohíbe la trascendencia, algunas personas comenzaron a agarrarse a ciertas manifestaciones materiales o "mitos contemporáneos" (más o menos como dice C.G. Jung en su ensayo sobre los discos voladores, Un Mito Moderno) que funcionan como sucedáneo de lo trascendente, de lo numinoso, de lo sagrado, que ellas ya no consiguen concebir directa y autónomamente. 

Ahora bien, ya sabemos que la izquierda no tolera la trascendencia, pues la apertura hacia la trascendencia es, en última instancia, lo que constituye la humanidad del hombre, y también ya sabemos que la izquierda es antihumanista. De ese modo, no sorprende que todas o casi todas las personas cuya sed de trascendencia y numinosidad lleva a la creencia en platos voladores construyan sus casas en el barrio de la derecha. De la misma manera, aquellos que buscan la trascendencia en el esoterismo, en el ocultismo, en los misterios de las civilizaciones desaparecidas, en la alquimia, normalmente se acomodan a la derecha, todos los héroes fascinados por la rosa distante, secreta e inviolada de que habla Yeats en su poema "The Secret Rose", esa rosa que no es más que la trascendencia, y la buscan en el Santo Sepulcro, o en la embriaguez, en el amor, en la aventura. Este barrio colorido, exultante de deseo por el más allá, por la verticalidad, en las formas más diversas, ese barrio es la derecha. En el otro lado del río político está el barrio de la izquierda, un barrio gris, pesado, de personas cabizbajas que caminan murmurando lemas vacíos o hacen fila para recibir su ración diaria de materialismo y reduccionismo (una especie de soylent green, una cartera amorfa hecha de pensamiento descompuesto). En el barrio de la izquierda no hay trascendencia, ni la trascendencia original ni sus sucedáneos. En el barrio de la izquierda no hay lugar para el misterio, pues el misterio es constitutivo del ser humano. Quien busca el misterio pasa a la derecha, sea el misterio de quien construyó las pirámides, sea el de cómo se hacen los crop circles, sea el misterio del logos encarnado. 

Tal vez lo que defina más profundamente la escisión entre izquierda y derecha sea el rechazo y aceptación de la trascendencia, respectivamente. Quien cree busca la derecha. Incluso quien cree en cosas que no serían cuestión de creer, como los platos voladores. Mucha gente cree en platos voladores sólo porque cree que está prohibido creer en Dios. 

 No está prohibido. 


futuro Ministro de Relaciones Exteriores

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