¿Resistirá Bolsonaro?

A una semana de las elecciones pautadas para elegir Presidente del Brasil O Mito actualiza el estado de situación. El proyecto estudia en tiempo real una revolución política en una de las diez primeras economías del planeta. En la primera entrada habíamos ya enunciado el marco general. En perspectiva emic elegida en orden metodológico, afirmamos que las presentes elecciones valen como expresión de alta visibilidad de la lucha del pueblo brasileño por reingresar al mundo históricamente significativo, el mismo que el resto de los países de América Latina, consumidos en conflictos internos y aislados por las oligarquías de turno, abandonaron progresivamente con las independencias del siglo XIX. 

A partir de 2013 y 2014 la revuelta pacífica de millones de brasileños en las calles, y en las redes sociales, impuso el impeachment de la presidente Dilma Rousseff y sostuvo, con su respaldo activo en todas las ciudades del país, los procesos judiciales que resquebrajan el estamento burocrático, al punto de obtener la condena y prisión por corrupción de un icono del globalismo como es el ex presidente y líder máximo del Partido de los Trabajadores Lula da Silva.

 A todo o nada. La dimensión republicana de la revolución canarinha 

Las elecciones forman parte de la dimensión institucional de la revolución canarinha (como lo es también la 13° Sala Criminal de Curitiba del Juez Sergio Moro). Las tendencias indican que estábamos ciertos en nuestra hipótesis de fines de junio al sostener el destino de segunda vuelta electoral entre un candidato de izquierda (o centro-izquierda, por aquél entonces) para acabar con la revolución, y un candidato de derecha que la revuelta eligió como su voz y colocó a la cabeza de todas las tendencias desde hace medio año. La propia revolución despejó el panorama y obligó a los agentes políticos brasileños a jugar todas sus cartas esta vez, a todo o nada, en medio de un levantamiento popular que inutilizó el teatro de tijeras montado durante décadas por el lulismo y el PSDB de Fernando Henrique Cardoso, cuestionado radicalmente ahora por los movimientos civiles. Así pues, el centro-izquierda esta vez no pudo hacer su parte: un juego de roles designado por el PT donde el PSDB jugaba “de derecha” permitiéndole absorber al electorado brasileño, mayoritariamente conservadorLo más posible es que el otro factor del teatro de tijeras, el “centrão” (DEM, PP, SD y PR) que es como se conoce en Brasil a una frente de partidos políticos usado como plataforma para negociar candidaturas municipales (departamentales), provinciales (estaduales) y federales con el PT y el PSDB, se desarticule en el segundo turno a izquierda y derecha, según lo dicte la relación de fuerzas territorial en las provincias (estados) y departamentos (prefecturas). 


La polarización. 
Señores, a su izquierda...

La contra-revolución tiene su candidato a presidente en Fernando Haddad delfín del ex presidente Lula condenado a 12 años de prisión por delitos comunes, acompañado por Manuela Dávila, una diputada del Partido Comunista do Brasil (PCdoB), candidata a vicepresidente. El motor del estamento burocrático brasileño durante las últimas décadas fue el PT. Todo indica que detrás suyo en la segunda vuelta irá la casi totalidad de la clase política, enredada o articulada en procesos judiciales por corrupción, con los candidatos Ciro Gomes (PDT); Gerardo Alckmin (PSDB) y Marina Silva (Rede) a la cabeza. 

Señores, a su derecha...

El candidato revolucionario Jair Bolsonaro (PSL), a quién se ha apodado de “mito”, el término más usado para referirse al candidato en internet y el grito que lo acompaña en cualquier aparición pública que hace por su país, se convirtió en el argumento de derecha en el país más importante de América Latina, un candidato a presidente respecto del cual los competidores en campaña orbitaron como meros auxiliares. O Mito usa el material en curaduría como banco de fuentes para la fase de estudio que consiste en responder cómo expresa la derecha una revolución popular. Pero acostumbrados como estamos al teatro de tijeras que existe en cada uno de nuestros países, sabíamos poco y nada, en general, sobre las formaciones políticas designadas en el mundo como de derecha, al menos aquellas que asumen tal identificación en el nuevo siglo, y en particular, sobre Jair Bolsonaro y su propio proyecto político. De tal modo hicimos disponible O Mito con material para la comprensión del fenómeno Bolsonaro, diferente del meanstream informativo. Esto es, bien a distancia del contenido political correctness (asignado a una fase previa de este estudio), tanto de la propaganda tipo teleSur o Sputnik, cuanto de la obsesión reduccionista alimentada y difundida por intelectuales, artistas, profesores, periodistas, políticos; el tipo de élite que se informa por CNN, repite todo lo que lee en The New York Times, ríe con los chistes de Jon Stewart, copia lugares comunes de los antiestadounidenses tipo Jeff Bezos, Ted Turner, Howard Schutz, Billa Gates, Mark Zuckerberg y que, a lo sumo, se estira un poco más con algún que otro análisis economicista inspirado en Financial Times, Wall Street Journal o The Economist. 

 La voz de la revolución republicana. 

A dos meses del primer posteo, nos resulta claro que Jair Bolsonaro es un freelance de la política, un tribuno solitario durante décadas, completamente aislado de la clase patrimonialista brasileña y principalmente refractario al esquema de corrupción que la envuelve. Si bien cuenta con una dilatada trayectoria como parlamentario, nunca fue arte y parte de un partido político. Su membresía dentro del PSL es, igual que en otras oportunidades con otros partidos ajenos al área de izquierdas, resultado de una alianza entre el candidato y un partido no-izquierdista para continuar su cruzada de 27 años básicamente centrada en la seguridad ciudadana y contra la corrupción. Bolsonaro no es un ideólogo, ni siquiera domina el tema, es un político de acción en el área más sensible de la vida cotidiana del Brasil -la seguridad pública- un país que sufre una guerra de Irak por año a manos del crimen organizado, 70.000 asesinatos en las principales ciudades. Su trayectoria parlamentaria modelizó a sus propios hijos, tres de los cuales siguieron la carrera política y hoy son parlamentarios. Pero fundamentalmente las batallas políticas que libró el candidato le hicieron ampliar su ideario en contacto cada vez más fluido, y no pocas veces en conferencia on-line para grandes audiencias, con diversas figuras de la derecha brasileña, tanto del remanente como de la nueva derecha: sus antiguos camaradas de armas de las FFAA hoy generales de cuatro estrellas, los movimientos civiles de la revolución como los conservadores que siguen la obra del filósofo paulista Olavo de Carvalho y los liberales como el grupo de economistas reunido por Paulo Guedes o el príncipe Luiz Philippe de la Casa Imperial del Brasil. Esta confluencia, a su vez, generó mayores y significativas uniones electorales como la que logró con la jurista, y hoy candidata por el PSL Janaína Paschoal, autora del pedido de impeachment que destituyó de la presidencia de la Nación a Dilma Rousseff, y el pastor Silas Malafia, vicepresidente del Consejo Interdenominacional de Ministros Evangélicos de Brasil (CIMEB), entidad que agrega cerca de ocho mil pastores de casi todas las denominaciones brasileñas y hoy activo promotor de la candidatura de Bolsonaro. En el plano internacional, Bolsonaro prefigura una geopolítica, área de gobierno ausente hace décadas en América Latina, y se identifica con los EUA de la administración Donald Trump y el gobierno Netanyahu de Israel, países a los que viajó en 2017 para aprender, según palabras suyas, preparando su campaña presidencial. 

 Un líder y un pueblo. 


Con todo, se trata de una epopeya dramática. No estamos ante un proyecto político amasado durante al menos diez años, como rezan los manuales de la política, ni siquiera un grupo o núcleo, apenas un líder, sus hijos diputados y un partido político minúsculo que Bolsonaro no fundó ni dirigió pero que necesitó por ley para competir por las presidenciales. Así, el pueblo que en las calles abrió las venas del mayor sistema de corrupción de la historia dejándolo expuesto a cuerpo abierto, pero que no encontraba a nadie para conducir sus batallas, vio al diputado caminando a su lado. Solamente aquél diputado por Río de Janeiro que, en soledad, sostuvo tozudamente una línea recta durante 27 años. En 2014 Bolsonaro decidió presentar su candidatura a presidente y un par de años después arrancó casi en silencio la campaña. En 2017 ya era “Mito” abarrotando los aeropuertos por donde llegara y reanimando gran parte del movimiento de redes sociales característico de la revolución canarinha. El propio candidato reconoció más de una vez que jamás pensó en semejante campaña, liderando durante meses la carrera presidencial superando a los grandes aparatos de la política brasileña y a las operaciones para desbancarlo. Hasta que la puñalada en el abdomen en Juiz de Fora lo eliminó de toda acción o decisión ejecutiva, por lo menos hasta horas antes de la elección de primer turno, prácticamente las últimas 4 semanas decisivas. Entonces los candidatos perdieron la consistencia que da un solo rumbo, que la primera candidatura de una lista suele trazar. Sin el comando político propio de un partido formado para gobernar, necesario cuando cae el líder, los candidatos salieron disparados cada uno por su lado, lo que facilitó a la prensa y a los adversarios usar intervenciones disonantes por doquier y generar confusión. ¿Qué fue de la campaña entonces? ¿Cómo es posible mantener en estas condiciones el liderazgo al frente de todas las encuestas, tanto las adversarias como las neutrales, en la recta final? 

 Levántate Capitán. 

 Llamamos “Jornadas del 15 y 16” a la ola popular en las calles de las ciudades medianas y pequeñas del interior del Brasil ocupando el lugar del propio candidato en la segunda mitad de setiembre. Estas manifestaciones electorales multitudinarias tomaron por sorpresa a propios y extraños. Podemos contar con la evidencia gracias a las redes sociales -la prensa nacional e internacional ignora por completo el fenómeno. Las “carreatas” y “motorreatas” (desfiles de autos y motos) se repiten esparcidas durante los días de la semana, a veces cuentan con algún diputado o candidato, la mayoría son espontáneas y autónomas, convocadas usando internet y marchan siempre encabezadas por una maqueta -toda una figura cideana del siglo XXI.- de Bolsonaro. 


La ausencia física del “Capitão” en el sprint final, objetivo de mínima del atentado perpetrado el 6 de setiembre en Juiz de Fora, es el factor decisivo de esta primera vuelta electoral.

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